¿Existe algún olor que me dispare buenos recuerdos al instante? Para responder esa pregunta necesito retroceder al recuerdo mismo: un sábado en la mañana de hace cinco años.
Estaba en el mercado de Jamaica, en el DF, en una práctica con todo mi grupo. El mercado se especializa en flores desde hace tiempo, aunque también vende frutas y verduras frescas y tiene algunos puestos de comida distribuidos estratégicamente para antojar a los clientes. El punto es que nosotros recorríamos los pasillos del área dedicada a las flores mientras intentábamos recabar información sobre el lugar.
Era la primera vez que entrevistábamos a alguien y la sorpresa de los locatarios al ver a tanto joven preguntón nos intimidaba un poco. Pero estaba bien, era un pasito pequeño hacia los que muchos con vocación de curiosos (como yo) nos encaminaríamos después. Porque vencer el miedo a preguntar es el primer paso para alguien que se quiere dedicar a la comunicación y, aunque en ese momento no lo sabía, esa experiencia me ayudaría en el futuro.
Recuerdo perfectamente que, con todo y el silencio general, me sentía extrañamente cómodo y relajado, porque estaba rodeado de flore. Algunas estaban pintadas para ser más atractivas mientras que otras estaban acomodadas en coronas, canastas y varios otros arreglos. Alcatraces y girasoles envueltos en celofán, ramos de crisantemos o pequeñas violetas en los estantes, todas esperando por un cliente. Nos fuimos internando en el mercado y dirigiéndonos hacia los lugares que más nos interesaban y así terminé solo en uno de los pasillos laterales.
A mi izquierda, una señora ataba ramos pequeños de flores blancas, perfectos para ponerse en un florero. Eran pequeñas y cabían en una mano. Perfectas para lanzarlas por los aires después de una boda pensé. Sus capullos, muy blancos y cerrados me parecían hermosos por su sencillez en medio de un mercado que explotaba en colores. Pero esos ramos desprendían un aroma, suave, embriagante, fresco, que flotaba hacia mí con lentitud, y me iba envolviendo poco a poco hasta impregnar mis ideas, las preguntas que se me habían ocurrido, mi intimidación y hasta el hambre que había sentido al pasar por un local de comida. Todo se había disuelto en menos de un segundo, porque en ese mercado estábamos esa fragancia y yo. Nadie más. Y entonces, desapareció momentáneamente por una corriente de aire. Miré a todos lados, había dejado caer mi libreta al suelo y la señora del puesto la había recogido.
-¿Qué flor es esa?
-Son gardenias, joven
Nunca había visto una gardenia en mi vida. Sabía que algún compositor enamorado vinculó su aroma a una mujer pero mi mente no las reconocía. Conocía el aroma de las rosas, los claveles y hasta los nardos, pero ninguno de ellos había causado una impresión tan profunda como esa pequeña flor blanca. Hasta ese momento, no había flotado en un aroma.
-Dios mío, huelen delicioso
Mientras escogía el ramo que planeaba llevarme, pensaba en el aroma, en campos llenos de gardenias bajo el sol y en un aroma tan balanceado que parecía irreal. ¿Dónde habían estado toda mi vida estas flores?
Y entonces el sol entró por uno de los ventanales en el mercado, dándome uno de esos maravillosos momentos que el mundo nos da para recordarnos que estamos rodeados de belleza. Las flores se iluminaron brevemente y en mi mente deseé poder improvisar una rutina musical para hacer un momento inolvidable. No hizo falta, porque es una de las impresiones más fuertes en mi memoria olfativa. No recuerdo detalladamente todo ese día pero el aroma sigue estando conmigo.
Después de eso la práctica siguió su curso pero lo emocionante para mí estaba dentro de mi mochila. Al cabo de unos minutos estaba dentro del metro con el ramo en la mano izquierda y totalmente desconectado del mundo, inmerso en ese aroma, en la suavidad de los capullos de la gardenia, en su sencillez y en la resistencia que habían demostrado al tolerar una breve estadía en mi mochila y un viaje en metro sin deshojarse ni perder la potencia de su olor. Cuando llegué a mi casa, las puse en un vaso con agua y azúcar, tal y como me había aconsejado la señora en el mercado. Duraron toda una semana en mi sala.
¿Han caminado por la ciudad con un ramo de flores? ¿No? Recomiendo que lo hagan, porque les da una perspectiva diferente del momento. No es que la gente deduzca que van camino a una cita sino porque los ramos de flores tienen la rara cualidad de desestresarlos al instante y hacer de su día una experiencia inigualable.
Espero que este recuerdo les haya gustado. Este texto es el primer reto para el rally de Kenzo. Para mayor información sobre Flower Tag, la nueva fragancia de Kenzo y otros contenidos útiles y/o divertidos, visiten www.kenzomexico.com o dense una vuelta por Twitter.com/KenzoMX
1 comentario:
Qué lindo post. No sé, conforme iba leyendo pensé que sería maravilloso que se tratara de gardenias (lo puedo jurar!), ya que son mis flores favoritas, aromáticamente hablando. Recuerdo que cuando iba a visitar a mi papá a Teotihuacan, de regreso, pasaba a comprar un ramito, y mi cuarto guardaba ese olor durante muchos días. Hay una temporada (espero que lo hayas notado), en el que en cada semáforo hay señoras con canastas llenas de gardenias.
Ojalá no haya sido la primera vez que caminas con un ramo de flores, incluso adquirir sólo una le da un tono distinto al día.
Felicidades por lo del rally. Felicidades por este post!
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