Es tiempo de presentar una idea descabellada más: darle una oportunidad a Alessandra Facchinetti, ex diseñadora de Gucci y Valentino con una suerte inversamente proporcional a su talento.
Esta pobre mujer ha tenido una fortuna que nadie envidiaría: la eligen como sustituta de dos de los diseñadores más famosos del siglo XX y puede más la sombra de ellos que sus esfuerzos para sacara adelante a la casa en cuestión. Los directivos se molestan y piden su renuncia tras dos temporadas, dejando a la mujer perpleja y desempleada.
Mírenla, ¿no es adorable?
Entiendo que el mundo de los privilegiados de la moda se base en la intuición, el aplauso editorial y el dinero pero no deja de molestarme que por eso se sientan con el derecho a cerrar las puertas a alguien que promete. En mis ahora días de estudiante (hace no mucho) había un grupito de personas de lo más desesperantes. Los llamaré “El Club”, un apodo que ya les había puesto semestres atrás.
No vale la pena hablar de ellos pero los traigo a colación porque eran un grupo que creía sentirse en el Olimpo de la popularidad, la inteligencia, el talento y el dinero. Si alguien de mi entorno lee esto: no les tengo ni tuve envidia pero me fastidiaba esa idea de que con unos criterios más bien subjetivos discriminaran al resto (digo, no estábamos en una película estadounidense como para que tomáramos ese rol de “los non plus ultra”). Me irritaba ese rol y creía que su pequeño y vacío mundo era nada allá fuera.
Pero, ¿saben? Esa idea mía no es del todo cierta. Hay “Clubes” en todos lados –vaya, hasta en las comunidades más marginales de la Tierra- y la moda no es una excepción porque se gobierna por valores más bien subjetivos y en ocasiones tontos. Uno puede abrirle los brazos y las piernas a Carine Roitfeld y ver que las clientas se peleen por sus creaciones de pacotilla o puede dejarse de esnobismos y ver cómo no se para ni una mosca por su boutique. Y esos grupos cambian de integrantes pero nunca de ideología. Alguien le mencionó a Dominick Dunne (colaborador de Vanity Fair y uno de los columnistas que más admiro) lo siguiente: “Every seven years or so the toilet flushes and a new group takes over” Vaya que el tipo sabía de lo que hablaba y vomitaba razón.
Y este argumento mío puede romperse en ocasiones: uno puede ser un genio como Alber Elbaz y contribuir a un cambio sin necesidad de “venderse al sistema” (cómo odio esa expresión) o de crear una belleza incomprendida y aún así maravillar a todos. Y miren que esa gente abunda en esta industria, lo cual es verdaderamente reconfortante.
A lo que voy es que Alessandra es una mujer a la que “El Club” de la moda le hace el feo pero también ha tenido la mala, malísima suerte de estar en el lugar equivocado y en el momento equivocado. Alessandra es para algunos como la clásica madrastra de cuento de hadas: se integra a una nueva familia pero los niños la ven como un monstruo de maldad, el polo opuesto a la madre pura y tierna que murió. En este caso es menos trágico y las madres en cuestión se llaman Tom Ford y Valentino Garavani.
Debo decirles que si hay una persona que haya adorado desde que comencé a volverme fan de la moda fue Tom Ford. A mí no me importa si la gente cree que es bueno o no porque yo era fan número uno y me fascinaban sus creaciones para Gucci e YSL. Tuve la fortuna de saber de su existencia algunas temporadas antes de que renunciara. Y si volviera, así fuera para dirigir Tommy Hilfiger, es un hecho de que volvería a ser fan número uno -si me lo preguntan, muero por: a) tener unas gafas de sol Tom Ford b) ahorrar para comprarme un traje a la medida como los que diseña y c) ver su nueva película-.
Cuando Ford se fue de Gucci y entró Alessandra dejé de seguir a la casa por razones ajenas a mí y no monté en cólera, a pesar de ser fan. “Ya no es lo mismo” decían todos, y a mí no me pareció un cambio para mal. Vi algunas cosas y me gustaron. Y luego despidieron a Facchinetti, llegó Frida Giannini… y me gustó. Hasta hace muy poco me encantaba toda la ropa de Gucci (ahora sólo lo de hombre).
Luego Alessandra desapareció y me vengo enterando que dirigió una firma de chamarras y abrigos, lo cual está bien porque ese mujer necesitaba de un trabajo después del chasco en Gucci. Y el regreso triunfal de esta mujer se da cuando, de la nada, Valentino decide que ella es la indicada para sustituirlo.
No se veía como una gran idea porque tienen dos estilos totalmente diferentes… pero me encantó su trabajo en la casa. Alta Costura no porque el cambio fue muy drástico y creo que 8 de cada diez fans de la moda les gustó alguna vez un vestido de Alta Costura de este (gran) señor.
Pero RTW sí, porque era ropa práctica, para un tipo de mujer inteligente, discreta y sofisticada que buscaba verse bien sin complicarse la vida. Y la ropa de ese estilo tiene un gran nicho de mercado, por lo que hubiera sido genial ver más entregas de Valentino by Facchinetti y no esa cosa sosa y horrible que vemos ahora.
Pero no, la corrieron de la forma más espantosa posible, una falta total de educación. Y ahora ha desaparecido de nuevo. Pero estoy seguro que si tuviera su propia casa de modas o sustituyera a algún diseñador poco competente (ustedes den ejemplos) sería un éxito de ventas. Porque allá afuera hay un mundo de mujeres que piensan y se visten como Facchinetti… y casi todas se van por propuestas norteamericanas.
Estoy consciente que le falta experiencia pero podría crecer profesionalmente empezando de cero y no como plato de segunda mesa. Si siguen llamando a esa pobre mujer a sustituir monstruos sagrados la van a hundir. Porque sólo la van a ilusionar para despedirla unos meses después. Y eso es de lo más bajo que un ser humano puede hacerle a otro.
O, si no hay casas nuevas disponibles, darle una oportunidad en una cadena tipo H&M para que diseñe una colección sencilla, práctica y elegante. Algo que no requiera bajar 5 kilos y usar tacones de 12 cm para que no desentone. Se puede. Ella tiene el potencial para hacerlo, lo que falta es una legión de personas que crean en ella.
Yo creo que sí se puede ¿y ustedes?