Fui por un café y discutí mi problema con una amiga. Quería contarle todas las imágenes mentales que se extendían por toda mi cabeza y describirle todos los lugares que soñaba visitar con ansias desde que tenía dieciséis y me empecé a enamorar de Francia. Pero no podía. Ella simplemente me lanzó una sonrisa críptica y hurgó en su bolso hasta encontrar una pequeña tarjeta.
“Ella te puede ayudar. Alguna vez necesitaba preparar una campaña y no tenía ni idea. Me la recomendaron y en dos sesiones pude armar todo. Y, bueno, también te puedes llevar una copia grabada de todo lo que pasa y ponerlo en un DVD”
Leí la tarjeta. Decía “Asesoría del inconsciente”.
-¿Estás loca? Esto es imposible
-¡Nooo! Es más, haz una cita ahora y cuando logres armar tu viaje a París me traes algo de allá.
Tomé mi celular y llamé en ese mismo instante. La doctora podía recibirme en un par de horas para discutir mi caso. Me dio la dirección de su consultorio, podía llegar en metro. Después de platicar sobre otros temas, pagué mi cuenta y me dirigí al lugar preguntándome si era una broma.
Esperaba un consultorio pequeño e incómodo en lo alto de un oscuro edificio pero en su lugar entré a un pequeño condominio al fondo de un patio central. Subí las escaleras de dos en dos y toqué la puerta. Me abrió una mujer joven, vestida en una blusa de rayas y una falda de mezclilla.
-Tú debes ser Aldo. Pasa por favor.
En la habitación estaba un escritorio, un sillón, un armatoste de metal cubierto por una funda y el diván más suave y cómodo que jamás haya visto. Me senté tranquilamente en él y comencé a contarle mi problema. Ella escuchó sin pestañear y cuando acabé me dijo:
“Tu inconsciente es como un cuerpo de agua. En ocasiones fluye sin cesar y en otras tantas se queda quieto y permite que aflore lo que se ha hundido en él. Ya investigaste y eso está perfecto porque podemos darle un toque más real a lo que quieres. ¿Quieres viajar al presente o quieres alguna época en especial?”
Le dije que no, porque todo lo hermoso de las épocas pasadas de París se ha quedado en su arquitectura y en su cultura. Ya sabemos que en Montrmartre se respira el arte, y en el Boulevard Haussmann podemos ver las grandes obras del Segundo Imperio. Me detuve a pensar en las tiendas, las fuentes y todo lo que me gustaba ver de las postales de París.
“En este momento estás creando una imagen mental. Tu problema es que necesitas darle un poco de narrativa. Para eso voy a pedirte que me traigas algunas cosas: una playlist, un mapa, el perfume y ropa cómoda. ¿Quieres el DVD de lo que pase?”
-Ehhhh… no. No, gracias.
-Bien. Te espero mañana a las once. Trata de no desvelarte ni tomar alcohol o bebidas con cafeína.
-OK.
Al día siguiente caminaba nerviosamente hacia el consultorio con un mapa bajo el brazo, un frasco de Kenzo Flower Tag en la mano y una USB en mi bolsillo, preguntándome qué haría esa asesoría del inconsciente para resolver mi problema. Las imágenes en mi cabeza seguían frágiles e incompletas.
Llegué un poco antes, me mataba la curiosidad. La doctora me invitó a pasar, estaba desayunando. Tomé un vaso de leche con galletas porque, de acuerdo con ella, eso casi siempre ayudaba a una mejor relajación. Mientras me preguntaba un poco más sobre mi vida, revisaba su agenda, daba una mordida a su emparedado, ordenaba expedientes y respondía algunas de mis dudas.
“Con este viaje vas a poder hacer lo que quieras. Veo que buscas generar una imagen pero ten en mente que este paseo por París te puede dar energías positivas cuando las necesites. Usualmente este método sirve para las personas que buscan cambiar algo en su vida o enfrentar un recuerdo doloroso, pero también vienen aquí publicistas, músicos y demás personas que necesitan pasar un poco de tiempo con sus ideas. Por supuesto, este procedimiento es absolutamente confidencial y si ellos quieren, se llevan sus sesiones grabadas en un DVD. Ahora, te enseñaré la máquina” dijo, mientras le quitaba la funda y la tiraba a un rincón. La máquina en cuestión tenía una pantalla y siete botones y perillas de distintos tamaños. De no haber sido por un largo cable con una diadema y puertos para CD y USB, hubiera creído que se trataba de una televisión vieja. Parecía una broma. La doctora me miró de reojo y sonrió.
-Ya sé lo que estás pensando, parece un mal chiste. Pero no te dejes llevar por las apariencias y ponte la diadema y el antifaz que está a tu derecha. ¿Traes lo que te pedí?
-Sí, aquí traigo el mapa, el perfume y la lista está en una carpeta de la USB.
-Perfecto. No te pedí que me trajeras imágenes porque sé que las puedes generar por tu cuenta. Lo que te está fallando es poder retenerlas y unirlas para que se vuelvan una historia.
-Muy bien, pero ¿Qué sigue ahora?
-Respira profundo y mientras exhalas ve contando hasta llegar a diez. ¿Quieres empezar en algún lugar?
-Cualquiera de las dos fuentes de la Plaza de la Concordia está bien.
Apagó la luz y sólo se veía el resplandor de la pantalla en el consultorio. Cerré los ojos y fui contando hasta diez. Uno… dos… tres… esto no está funcionando, cuatro… cinco… ya puso la primera canción, cómo me gusta escucharla porque me relaja mucho, seis… siete… ocho… ¿Qué es ese ruido y por qué de repente hace un poco de frío? …nueve…
Abrí los ojos y miré hacia abajo. Estaba pisando las baldosas grises en la Concordia. El sonido de los autos quedaba temporalmente apagado por el ruido del agua cayendo en una fuente. Un viento fresco soplaba a mi izquierda. Miré atónito a mi alrededor, el obelisco estaba frente a mí. Lo había logrado.
Caminé directamente hacia mi derecha. Al fondo se veían los jardines de las Tullerías y el Louvre. Era exactamente el primer lugar que quería visitar. Con cuidado crucé la calle y me dirigí en línea recta hacia la fuente, esquivando a los ciclistas y vendedores de marrons glacés. Los jardines eran exactamente como los había imaginado. Tenían un leve olor a pasto mojado y la grava hacía un sonido muy agradable. El jardín era enorme, bien cuidado y lleno de personas caminando en todas direcciones. A lo lejos podía escuchar la siguiente pista que había escogido para mi recorrido. Nunca creí que el jazz y las Tullerías quedaran tan bien.
Después de varios minutos caminando a toda prisa estaba frente a la pirámide de cristal de Louvre. Necesitaba ver un poco de lo que el museo ofrece a sus visitantes. Pude haber estado ahí durante horas. Con detenimiento recorrí algunas salas, sabiendo que necesitaba un día entero para recorrer el museo más famoso del mundo. Recordé entonces la escena de una película en la que tres chicos recorrían todo el museo en ocho minutos, corriendo. Ya había hecho algo similar en México. ¿Podría imitar su hazaña?
Comencé a correr y los largos corredores del museo me permitían alcanzar una gran velocidad. Miraba hacia todos lados: era fantástico ver todas las pinturas y esculturas como si fueran destellos. Los Friendly Fires sonaban por todo el museo mientras corría hasta la salida. Volvería para hacerlo de nuevo.
Decidí tomar la Rue Rivoli hasta encontrar la estación de metro más cercana. Mientras tanto, caminaba y tomaba fotografías de la arquitectura. Estaba a unos metros del Museo de Artes Decorativas y de todos los lugares más hermosos de París. Deseché la idea del metro y caminé hacia la Rue de Fourcy, donde compré un par de crepas a un vendedor ambulante. La gente paseaba en bicicleta o caminaba distraídamente.
Doblé a la derecha y entré en un barrio lleno de calles empedradas y pequeños cafés. No estaba decidido a seguir una ruta en particular, quería ver las tiendas de un barrio común, escuchar a Serge Gainsbourg y ver familias, todo mientras las casas del siglo XIX me miraban caminar extasiado por la ciudad que cumplía todas mis expectativas. Buscaba un espacio, pero tracé la ruta más larga para caminar distraídamente en el barrio y cruzar con calma calles y bulevares mientras mis sandalias golpeaban los adoquines del suelo.
Después de caminar varios minutos, encontré el espacio que buscaba: el Jardin de St Gilles-Grand Veneur. Un espacio tranquilo, lleno de rosas, donde podía respirar unos minutos mientras pensaba en mi nueva ruta. Me sentía contento de ir hacia el Este, hacia una parte de París que se visitaba con menor frecuencia. Estaba yo sólo en ese pequeño jardín, se respiraba el olor a rosas y Gershwin sonaba en el aire. Esto era un momento perfecto.
Abandoné el jardín mientras veía galerías de arte y artistas del grafitti continuar sus creaciones. Llegué a donde había planeado: la Promenade Plantée: un antiguo viaducto transformado en área verde. Camine en línea recta mientras que a mi alrededor tenía flores y una vista privilegiada de París. El sol comenzaba a pintar todo de rojo mientras yo me dirigía hacia él. Sonaba la suave voz de Rufus Wainwright y yo seguía caminando en la dirección del viaducto. Todas las flores a mi alrededor eran rojas. Había realizado mi más grande anhelo, visitar mi ciudad favorita y respirar el aire de tranquilidad y sofisticación que ha fascinado a tantas personas a lo largo de los años. Los tonos rojizos me envolvían y cerré los ojos un instante. Al abrirlos de nuevo estaba en el consultorio, todo había acabado.
-Estoy muy sorprendido, doctora, pude realizar un pequeño trayecto por mi ciudad favorita ¡Y todo era tan real!
-Es el poder de nuestro inconsciente y de tus sueños. Ya tienes ahora una experiencia para compartir.
-Todo esto es muy extraño, pero lo he disfrutado mucho. Gracias.
Me devolvió mi USB, el mapa y el perfume y bajé caminando hacia la calle. Seguía envuelto en esa ciudad tan maravillosa.
Este es el último reto de Kenzo Flower Tag. No olviden visitar el blog de Kenzo y seguirlos por Twitter.