domingo, 6 de noviembre de 2011

Halloween Fever

Hace unos días llegó un paquete a mi casa.

Usualmente sólo recibo el paquete, firmo, doy una propina y platico brevemente con el mensajero, esa ha sido una rutina que repito desde que mandan cosas a mi casa. Pero esta vez no.

Veía televisión, no tenía nada qué hacer, mi desayuno llevaba horas en el plato y tenía una leve sensación de que estaba enfrentándome a una mañana absolutamente estéril y llena de procrastinación. Pensaba qué cosa podía llamar la atención y me preguntaba si habría alguna oferta de trabajo para mí mientras veía un programa de niños en la tele. ¿En qué momento mis mañanas se convirtieron en una mala copia de una fantasía suburbana, sin camioneta ni perro ni jardín para atender?

El tono de mis preguntas se fue haciendo más incómodo y comenzaba a angustiarme cuando escuché que tocaban a mi puerta de una forma educada pero insistente. Mis pensamientos se reventaron como una burbuja y me levanté automáticamente a abrir. Antes de hacerlo, pregunté quién tocaba. No obtuve respuesta y me preocupé un poco, nunca sabemos qué puede pasar en la ciudad. No le di importancia y abrí.

No había nadie afuera. Sólo estaba una pequeña bolsa blanca de papel con asas de agujeta, colgando tristemente hacia el frente. En la bolsa venía pegada una etiqueta que decía: “Aldo en los tiempos de la Haute Couture”. Vaya, me han encontrado al fin, pensé.

Un par de minutos después la bolsa estaba en la mesa del comedor y yo la veía a lo lejos, con un cierto interés. No me había atrevido a abrirla y la curiosidad comenzaba a apoderarse de mí. ¿Qué habría adentro? Comencé a estirar lentamente mi mano hacia ella, seguía sin tener claro por qué me parecía tan intimidante la bolsa. Pero sonó el teléfono y aborté la operación. Pasaron varios minutos en una llamada irrelevante y me olvidé del asunto mientras apagaba la tele y hacía algunos pendientes al mismo tiempo de que escuchaba con desgano a la persona del otro lado del auricular.

Prendí la computadora y entré a Twitter. Los chicos de los blogs habían abierto la bolsa y todos parecían estar vivos y muy contentos. Quise que el asunto fuera una sorpresa para mí y cerré mi explorador de internet. Todo esto resultaba estimulante para mi imaginación. ¿Sería una joya? ¿Un boleto de avión? ¿Una bufanda tejida? Pensé en todos los posibles regalos misteriosos que siempre había deseado y que tuvieran el tamaño de la bolsa pero no pude deducirlos. Todas las posibilidades me parecían extrañas.

Metí la mano dentro de la bolsa, lentamente. Sentí al instante un sobre de papel couché (años de hojear revistas y una clase de diseño editorial me hacen reconocerlo al instante) y una caja plastificada. Alguno de mis vecinos había puesto música animada justo en ese momento, pero podía escucharla en la sala de mi casa. Pensé seriamente en salir a decirle que bajara el volumen… pero después de echarle una ojeada al regalo misterioso.

Un pequeño destello encendió la sala pero no hice caso, al fin y al cabo eso sucede cuando los vecinos de enfrente abren la ventana y los reflejos nos importunan. ¿Por qué mi percepción estaba tan extraña en ese momento? Podía haber jurado que la luz y la música venían de la sala. Pero mientras tanto tenía la caja en mi mano. Era un perfume: Halloween Fever, de Jesús del Pozo, y una invitación a una fiesta, que se realizaría en algunos días. También venía una pequeña tarjeta invitándome a abrir el perfume hasta el último día de octubre. Se me hizo una petición extraña pero accedí a respetarla mientras miraba la caja. Otro reflejo multicolor apareció en el nombre de la fragancia. Intrigado, la guardé de nuevo en la bolsa y la dejé en la mesa.

Durante los tres o cuatro días que la bolsa permaneció en la mesa del comedor, notamos que un aroma se iba apoderando de la sala. Las visitas llegaban preguntando si teníamos flores frescas, habíamos cambiado la decoración, puesto focos más brillantes o francamente preguntaban de dónde venía aquel olor. Notamos también que mantenían conversaciones más animadas y risueñas con nosotros y lo atribuimos a otras cosas. Cada que sucedía algo parecido volteaba a ver a la bolsa.

La fiesta llegó, y a ella asistieron varios amigos de los blogs, con los que disfruté un rato de música y buena compañía en una mansión porfiriana con una decoración un poco misteriosa: luces moradas y niebla por todas partes. Escuchaba sus historias con la bolsa blanca y en cierto modo se parecían a la mía: el regalo, la invitación a la fiesta… Omití la tarjeta y el efecto sobre las visitas a mi casa, porque podrían explicarse de algún otro modo, como todo en la vida, ¿cierto?

Llegó el último día de octubre, un domingo cualquiera lleno de programación de terror en la tele y niños pidiendo dulces. No tenía planes para el día, en parte porque estaba cansado y no había encontrado un buen atuendo para una fiesta de disfraces del día anterior. Me encontraba solo y pensando en cuánto me gustaban esas fechas cuando era niño. Como siempre, empecé a divagar hasta que mi mente llegó al perfume y la tarjeta. Caminé a la mesa del comedor y ahí seguía la bolsa, tal y como la había dejado. Miré al interior y busqué la tarjeta. Estaba en el mismo lugar pero algo andaba mal conmigo: el texto había cambiado.

“Gracias por seguir las indicaciones. Espera hasta que anochezca para abrir la caja.”

Me puse a contar mentalmente las posibilidades que tenía de alucinar con productos de la vida cotidiana. ¿Acaso me había comido algo echado a perder? ¿O esa crema de champiñones tenía otro tipo de hongos? El ver destellos y una tarjeta que cambiaba de texto comenzaba a angustiarme un poco. Decidí salir a comprar algunas cosas para pensar en algo.

Cuando regresé se estaba poniendo el sol, me demoré mucho más de lo planeado y me encontraba de nuevo con la caja de Halloween Fever, ahora sola en la mesa del comedor. Pasé por alto ese detalle pensando que mi mamá había tirado la bolsa y la tarjeta y comencé a acomodar las cosas que había traído del súper.

Cuando volví, la tarjeta había aparecido de nuevo y tenía un nuevo texto:

“Abre la caja y dispara el atomizador en el aire. Con una vez es suficiente.”

Me acerqué a la mesa y comencé a abrir la caja. Todas las luces en mi casa se apagaron y mi única fuente de iluminación era una lámpara afuera, en la calle. A oscuras pensé en el cliché de esas fechas: una apagón y una amenaza acechando entre las sombras. Nah, eso no me pasará.

El frasco de Halloween Fever era realmente lindo: tenía la forma de una campana y los dibujos de una ciudad parecida a Nueva York lo hacían parecer como una de esas esferas nevadas que en ocasiones vemos en una tienda de recuerdos. Lo que más me llamó la atención era la tapa, con forma de una bola disco. Ese diseño me parecía fabuloso.

Con cuidado alcé la tapa y disparé el atomizador una sola vez. El perfume olía realmente bien: era un aroma floral, con un poco de naranja, durazno y una nota de vainilla. Pensé en lo mucho que se parecía la fiesta de hacía unos días: fresca, joven y con un poco de misterio. Miré la tapa del perfume y comenzaba a brillar. Todo el misterio se aclararía.

Retrocedí un poco y sentí que chocaba con alguien. De repente ya no estaba en mi casa, sino en una habitación iluminada de morado y llena de gente que platicaba animadamente, reía o bailaba con cocteles en la mano. Al fondo podía escuchar a Phoenix con una de mis canciones favoritas para una fiesta. Estaba dentro del mundo de Halloween Fever.

En cuestión de segundos platicaba con algunos invitados, quienes me informaban que estábamos en una de las múltiples fiestas que se organizan en Manhattan. Afuera hacía frío pero no había necesidad de salir. ¿Me echarían si se enteraran que me había colado de un modo bastante extraño? No, después de todo estaba en Nueva York y siempre tenía la oportunidad de moverme a otro lado. Pero si aquí la pasaba tan bien entre conversaciones interesantes, buena música y un ambiente de lo más agradable ¿Para qué irme?

Los presentes se interesaban en mí, en lo que hacía y en cómo terminé celebrando Halloween en una habitación en Nueva York. La historia les parecía divertida y, para que no me cuestionaran demasiado, les mencioné que tenía ganas de escribirla. “Ustedes saben que de ese modo todas las ficciones se vuelven realidad”. Cambié el tema a asuntos más triviales, como los que se suelen discutir en una fiesta.

 

Decidí ir a la barra por algo de tomar para darme un descanso. Una enorme bola disco, muy parecida a la tapa del perfume iluminaba la sala. Me le quedé viendo un instante pensando en dónde estaba. Vino otro destello y de repente estaba de nuevo en casa, con la botella de perfume en la mano. La luz había regresado, y yo también. Probablemente había imaginado todo eso pero la fragancia me había estimulado lo suficiente como para crear una fantasía en Manhattan.

Me dispuse a guardar el perfume en su caja cuando me di cuenta que todo había sido real. La tarjeta seguía en la mesa, con un texto diferente

“Esperamos que te haya gustado. Saludos.”

3 comentarios:

Marieli dijo...

Hola!! Mi nombre es Marieli de Pedro y trabajo en la agencia de PR de Herbal Essences. Me gustaría ponerme en contacto contigo para mandarte información muy interesante sobre Herbal Essences y las tendencias en los peinados. Si estas interesado por favor pásame tu mail donde te puedo pasar mis datos!

Mil gracias!

Marieli dijo...

O si prefieres te dejo mi mail para que me pases tus datos. Es marieli@darpsa.com

:)

Marquis de Lannes dijo...

Querido Aldo,
El texto que escribes es maravilloso, pero por favor, no entres en ese juego...
Las marcas estan intentando "comprarte"
Te mandan regalos todos los tres dias, invitaciones etc (conozco bien el tema)
Si entras en su juego, tu web se convertirà en una pagina publicitaria como ya ha ocurrido en cientos de blogs y perderàs tu independencia!
Que las luces de la "fama" no te cieguen...
Espero que seas "famoso" por tu trabajo y no por hablar en tu blog de marcas que te ciegan con sus regalitos.
Besos desde Paris.
M.