Esta es una entrada que había concebido hace mucho, mucho tiempo.
Es muy sencillo infatuarse con las ‘it girls’, muchas de ellas poseedoras de una belleza ordinaria y en cierto modo, aburrida. Alexa Chung(a), Rachel Bilson y otras estrellitas marineras que no tienen mucha relevancia, son muy comentadas porque son icónicas… tan icónicas como lo puede ser el salir al supermercado en shorts de mezclilla y con el pelo sucio.
Esa forma de volver a la belleza algo convencional y aburrido termina anestesiando nuestro gusto, y con él, nuestra capacidad para no pasar más allá de “la chica de al lado” o de la celebridad del momento. Y cuando nos encontramos frente a una belleza aplastante, o algún tipo que nos haga ejercitar nuestras neuronas, le ponemos peros. Y no sólo estoy hablando de celebridades, o de ropa, sino de la belleza en general.
¿Y si existiera un ícono moderno a la belleza “rara”? ¿A la belleza que viene de la actitud, la transformación y la exclusión de lo convencional? ¿Un caso que nos haga reevaluar nuestra postura de que todos en la moda buscan la perfección y la frivolidad para dominar el mundo? (Me da risa la gente que sigue relacionando la moda con la frivolidad, es para una mentalidad muy simple, pero divago. O tal vez no).
Quizá por eso me enamoré de Kristen McMenamy desde la primera vez que la vi. O quizá desde la segunda, algo a lo que ya está acostumbrada, porque la gente solía pasar de largo en su juventud.
No se puede hablar de las modelos “diferentes” sin conocer a Kristen McMenamy. Antes de Lara Stone, antes de Alek Wek, de Jamie Bochert y de muchas otras chicas que han hecho una carrera por salirse del molde de chicas lindas y relativamente normales, estuvo Kristen.
Las personas, por naturaleza, siempre tenemos una ambición en la vida. Y la perseguimos, con o sin ganas y éxito. Algunos quieren ser pianistas clásicos, otros quieren pintar y Kristen McMenamy quería ser modelo. Y, más importante, ser hermosa.
El problema fue el entorno. Nació en 1964 en Easton, Pennsylvania, un pueblo pequeño que es famoso por tener la fábrica de Crayola. Para cuando había cumplido 13 años, el ideal de belleza estadounidense no tenía nada de exótico: la mujer más deseada de ese tiempo era Farrah Fawcett. Una pelirroja alta y delgada se veía mal, tan mal que sus compañeros la llamaban Skeleton.
Es aquí donde empieza una historia que muchos han vivido: Kristen hizo de todo para volverse como las chicas de al lado: decolorarse y cortarse el pelo como ellas, estar horas en el sol para broncearse como ellas (Guapóloga la regañaría, y con justa razón). Y, por supuesto, la estrategia no funcionaba: vivía una adolescencia solitaria, sin amigos ni citas y sumergida en un mar de revistas de moda y belleza, como la fanática número uno de sus palabras.
Cuando cumplió 16, entró a un curso para modelar y mandó algunas fotos a Cosmopolitan para convertirse en la chica de portada. Y, al ver el poco éxito obtenido en ambas, fue a Nueva York, a tocar puerta por puerta para integrar sus filas. Eileen Ford, dueña de Ford Models, fue la última en recibirla, aconsejándole olvidarse del modelaje o recurrir a la cirugía plástica. De nuevo, es un factor muy parecido en las historias de personas o cosas que llegan a romper el molde.
La vida de McMenamy siguió sin grandes cambios hasta que Legends, una pequeña agencia neoyorquina que al parecer ya no existe, encontró las fotos que Cosmopolitan había rechazado y, sin hacerle promesas, se ofreció a representarla. Antes de eso, decidieron regresarle su identidad: su pelo fue teñido con su color de nacimiento, descartaron el bronceado y añadieron toques sutiles de maquillaje. Al final de la (re)transformación, la mandaron con un boleto de ida a París.
Después de un cierto tiempo de comerciales de yogurt y cerveza, conoció a Peter Lindbergh, un fotógrafo que no requiere presentación. En McMenamy encontró a un camaleón y a una modelo que podía inspirar algunas de las fotos más elegantes, aterradoras e incluso tiernas, todo dependiendo del concepto que se buscara desarrollar. Lindbergh quedó fascinado con la personalidad y con todo un lado oculto que las compañeras de clase, Eileen Ford y Cosmopolitan decidieron no explorar.
Esto es lo que viene siendo conocido como “hacer un Avedon”. Campaña de Versace.
Después de varios años en París, Kristen regresó a Estados Unidos y vio cómo su carrera se estancaba de nuevo con catálogos y cosas poco artísticas, mientras que el público seguía buscando a una rubia bronceada de pelo frito, por lo que regresó a París y, después de un tiempo, se pintó el pelo de negro, se lo cortó y se rasuró las cejas. Y así comenzó un juego de identidades que aún continua.
El Padrino
En 1997 se casó con Miles Aldridge, uno de los mejores fotógrafos aún en activo y se retiró un tiempo para formar una familia (además, a finales de los 90 y principios de la década pasada regresó un tipo de belleza convencional que la hubiera desplazado) y dedicarse a actuar en obras y películas con una acogida regular.
Volvió, como rubia, en 2004 para Chanel y unos meses después para la campaña de Marc Jacobs. Es la primera vez que recuerdo haberla visto. La foto es impactante y aterradora al mismo tiempo y creo que es lo que busca. No me atrevería a decir que se ve hermosa en esa campaña, y en general, las fotos de Juergen Teller no la hacen ver muy atractiva.
Su regreso le añadió un aura de misterio que no había logrado tener cuando era más joven. En los 80 y 90 era un camaleón, pero ahora estaba a punto de convertirse en un ícono para una nueva corriente de fanáticos de la moda. Y sí, a sus 46 años había logrado ser hermosa.
Es muy probable que recuerden a Kristen por dos cosas que sucedieron el año pasado: la primera es aquella grandiosa editorial de Vogue Italia en la que se transformaba en un ave ahogada por el petróleo (hola, British Pretroleum). La segunda fue su decisión de aparecer con el pelo canoso en Vogue. Y también estuvo esa aparición topless para el desfile de Louis Vuitton.
¿El amor de Kristen McMenamy por impactar tiene raíces psicológicas? Probablemente. Pero eso le ha ayudado a tener un portafolio impresionante y explorar otras ramas de su transformación personal. Estamos ante una persona que no teme perder su belleza en nombre del arte porque esta surge de su personalidad y sus cambios. Para ilustrar esto incluí varias fotos en las que muestra actitudes distintas, cada una de acuerdo con la revista (o marca) y la editorial que haya tomado.
Surge también de una fascinante combinación y de ser única. Kristen es hermosa porque jamás ha sido ordinaria y porque, en ocasiones, es irreal. “Part nerd, part goddess”, es una de las formas más efectivas para describir a una mujer que se abrió paso en la industria de la moda a codazos.
McMenamy suele decir que ha hipnotizado al público para que crean que es bella. Es más que eso: crea ilusiones al volverse personas diferentes en cada imagen. Y una industria como esta tiene experiencia con la ilusión. Piensen en los vestidos con corset integrado de Christian Dior, en las fotografías de Tim Walker y en el trabajo de maquilladores como Pat McGrath. Al fin y al cabo esas ilusiones son una forma de arte que nos inspira… y nos hace crear odas a modelos que amamos (no es que me suceda a mí, ¿verdad?).
(Y claro, cuando eres una de las modelos favoritas de Karl, puedes darte el lujo de casarte en un Chanel Haute Couture y desfilar en otro)
¿Podemos culpar a la moda por haberla hecho sentir inferior cuando era poseedora de una belleza “diferente”? Es un camino fácil. Volvemos con las mentalidades simples y con satanizar a la moda. Es un poco triste, pero cada época tiene su propio ideal de belleza y su propio sistema de valores. Y eso, chicos, es algo que no depende de los diseñadores, ni de los productores de Hollywood, sino de la propia gente que se sorprende con cualquier belleza ordinaria.
Esto no quiere decir que nos quedemos callados en un rincón aceptando ese sistema. Siempre tenemos la posibilidad de crear un nicho propio, como McMenamy.