Me harté de tus indirectas. De que me hicieras sentir que invadía tu espacio cuando era justamente lo contrario. De encontrar tu cara en todos lados, puesto que la Hola y la US Weekly morían por detalles sobre lo nuestro. De que buscaras una palabra de reproche para vender la exclusiva. Una sola. De que olvidaras que pataleabas contra una pared de silencio.
Me harté de tus cirugías. Llevas como veintitrés y todas han sido a mi costa. No es mi problema si no estás cómoda en tu propia piel, y si te avergüenzas de lo que eres. Y Dios sabe que yo también pasé y pasaré muchas veces por el quirófano, pero mi esencia seguirá siendo la misma. ¿No te has dado cuenta que estábamos locos por tu naturalidad?
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Me harté, muy pronto, de que desearas fervientemente ser la villana de la telenovela. La bruja del cuento de hadas. De que vieras la vida en blanco y negro y creyeras que las malas más desalmadas se divertían. Eso es cierto, y tener un poco de maldad es grandioso –pregunta a Truman Capote y a la Thatcher-, pero un comentario malicioso al día es mucho más divertido que una vida maquiavélica. Y te informo que el karma existe.
Me harté de tu envidia. Creo que desde que estábamos casados. De la vez que mencioné, en la comida, el complejo de superioridad y quisiste sacarme los ojos con el tenedor. Me harté de tu inseguridad y de lo desagradable que era la envidia que ésta provocaba.
Me harté de que vendieras tu dignidad al mejor postor. Creo que me siento un poco mal conmigo mismo por eso. Por eso y porque el otro día me hicieron llegar unas fotos tuyas en un sobre cerrado, donde posabas para la lente más provocativa sin un asomo de vergüenza. Me retracto: eso no es malo ni me atañe. Me entristeció más el ver cómo accediste a tatuarte anuncios publicitarios de marcas que detestabas –y aún detestas-, por treinta mil dólares. ¿Eso vales?
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Me harté de que quisieras hacerme reaccionar a toda costa y me enfureció que casi lo lograras. Que te menearas frente a mí con un look imitado de París. Entiende: a mí me da igual que traigas un pantalón pitillo o un vestido de Alta Costura. Simplemente no estás más en mi agenda.
Me harté de que no seas una buena perdedora. De que no puedas soportar que rehazca mi vida y envíes elementos extraños para tambalearla. De buscar siempre una venganza cuando estábamos a mano. De que siempre pierdas y no sepas aceptar una derrota de una forma honorable. Y, creeme, estás programada para perder.
Me harté de que intentes embarrarme en la cara tu nueva vida, en la cual el jet set que tanto amabas (y que quizá fue una de las razones por las que te casaste conmigo) te recibe con una sonrisa congelada y te destroza apenas te das la vuelta. Tienes dinero, pero no linaje, y ellos no perdonan.
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Me harté de tu oportunismo, de que pisotearas en público los abrigos de piel que te regalé porque ahora son políticamente incorrectos. Porque hace seis meses votabas por los demócratas y hoy por los republicanos. Porque si mañana está de moda tomar leche orgánica, tú te comprarías un galón.
Me harté de tu lujuria. De que quisieras posar para el Calendario Pirelli, luego para Playboy, luego para Penthouse y para Hustler. Dices que el sexo es sucio si se hace bien y estoy de acuerdo, pero no es para tanto. Nos queda claro que eres moderna y liberada ¿y a tí? Cuando me preguntan sobre tus portadas y tu afición a mostrar tus implantes suelo cambiar de tema.
Me harté de tus ansias de protagonismo. De querer tener el mando de la conversación, de mentir descaradamente antes de admitir que no sabes quién es Alfred Hitchcock, de que los entendidos te pongan siempre al descubierto. De que me hablaras de Ludwig Wittgenstein (¿por lo menos lo has leído?). Me harté de tus poses.
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Me harté de ti. De que me dejaras del modo en que lo hiciste. De lidiar con mi dolor y con tus chantajes durante algunos meses (habrá durado poco la angustia, pero es angustia a fin de cuentas), de que te niegues a pedirte una disculpa. Sí, a ti misma. De tus ruegos para que volviera contigo. No voy a volver.
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Pensé que con el divorcio esto llegaría a su fin pero no es verdad. Quieres permanecer cerca de mí para recordarme que soy parcialmente culpable de lo que eres ahora. ¿Una diosa? No, una mujer gato. Considera esto como tu orden de restricción. Déjame en paz.