miércoles, 24 de septiembre de 2008

Jil Sander, austero charleston

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Jil Sander es probablemente, el último reducto de una tendencia que comenzó en la Europa de finales de los 80. La alemana Sander, junto con otros diseñadores, revolucionaron la industria y la salvaron de sí misma. Los excesos de la moda fueron sustituidos para algunos por un estilo severo, pensando en modificar la silueta para hacer al corte democrático y con referencias muy fuertes de la arquitectura y la tecnología. Esto fue, el minimalismo.

Vinieron los 90 y con ellos el apogeo de esta tendencia. Ropa, utensilios, revistas, casas, incluso hasta algunas portadas de discos fueron minimalistas. Sander y sus colegas guardaron silencio al seguir diseñando como siempre. Luego, el mundo partió hacia otras preferencias y dejó al minimalismo como un recurso que, si bien no estaba ya en boga, tampoco sería olvidado. Sander y algunos de sus colegas siguieron con su corriente.

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Y ahora es 2008, y Sander ya no está al frente de su casa (tras muchas desavenencias con Prada, quien compró la marca hace 10 años abandonó para siempre la firma). El belga Raf Simons la dirige y no se ha dejado tentar por el estilo barroco que algunos favorecen. Conserva la esencia de Jil Sander y últimamente sacó a la casa del olvido. Jil Sander es ahora una marca vanguardista para quienes desean ponerse ropa estilizada de diseñador, no de marca.

Frente a la decadencia de algunas casas de Milán, Jil Sander surge como la excepción a la regla. No le interesa comercializarse hasta la náusea como Armani y D&G. No ama el lujo desmedido como Versace ni los estampados como Missoni. Jil Sander es el monje en medio del carnaval.

Mientras las otras marcas se entregan a una orgía de colores y estampados (más discreta que de costumbre, por cierto), la marca liderada por Simons estudia meticulosamente cada uno de sus diseños para presentar una estructura nueva con las mismas reglas que la fundadora creó. Sander juega a los dados y contradice la sensualidad italiana.

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Simons ha tenido que batallar para poder lograr que su marca no se vuelva aburrida o repetitiva y no basarse en una sola idea. Sabe que los mercados y las clientas como Tilda Swinton le pueden adorar, pero terminarán cansándose de lo austero si no lo renueva. Por eso tiene qué ser cada vez más original. En ello está basada su supervivencia.

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Esta vez su idea no fue precisamente original: se inspiró en los años 20. Pero otros diseñadores presentaron copias fieles a los vestidos de hace 80 años, mientras que Sander se preocupó por deconstruir esa tendencia y volverla un producto mucho más atractivo que las subsecuentes copias.

Ellos pensaron en las profusas decoraciones y las elas vaporosas, él en los visionarios que experimientaron con los acabados de las telas y las formas mientras que los primeros surrealistas les retrataban. Ellos pensaron en lujo ctadino, él pensó en el modernismo creado a partir del choque entre la ciudad y las líneas austeras de algunas culturas exóticas. Él pensó en la interpretación histórica.

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Con una paleta de colores casi monocromática (blanco, negro y azul)y una intensa referencia a la arquitectura de mediados de siglo XX, Sander triunfa y vuelve a ser la excepción a la regla.

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